Sábado 30 de junio de 2012. Siete y media de la tarde. La
plataforma EstafaBanca Mataró se detiene delante de la oficina de Caixa
Laietana de La Riera, el principal eje comercial de esta ciudad catalana. Ciento
cincuenta estafados y estafadas apuran los últimos minutos de su protesta
quincenal en el centro, ondeando sus pancartas, repartiendo octavillas y
gritando eslóganes de denuncia. A su vez, cientos de ciudadanos y ciudadanas
hacen sus compras aprovechando la celebración de una feria comercial que anima
el ambiente. Tras cuatro meses de protestas, y con una media de dos acciones
semanales, los estafados y estafadas han creado conciencia ciudadana. Ya nadie
les espeta “¿De qué va esto?” o “Eso os pasa por ambiciosos”. La gente se
para a su paso, observa, asiente con la cabeza y transmite ánimos dando
muestras de empatía y civismo.
Josefa “ha bajado a
Mataró” con su hija desde el barrio donde residen. Un barrio asentado sobre
una colina colonizada por filas de casitas blancas, las mismas que construyeron
los emigrantes del sur en la década de los sesenta. Cuarenta años después… Tantos
años de lucha, tantos esfuerzos, tantas expectativas depositadas en la
democracia para esto… Josefa mira a los estafados y estafadas pero no sabe qué
hacer. Nunca antes ha salido a la calle a protestar. Ella trabajó en el campo,
con la cabeza gacha, evitando las miradas de los señoritos, y un día cogió el
tren de vapor y al otro llegó a Cataluña. El resto es por todos conocido. Su
historia se repite entre los estafados y estafadas.
Josefa mira, su hija sonríe con la cabeza levemente
inclinada hacia un lado. “Nos han quitado
los ahorros”. Se decide. Se acerca nerviosa, no puede articular ninguna
frase, pero los estafados y estafadas entienden el lenguaje de su mirada, de su
ceño fruncido y de la rigidez corporal. Y en un gesto inteligente la tiran para
adentro. Josefa y su hija ya han sido rescatadas. Lo que les espera a partir de
ahora es algo mejor. Un grupo de personas –estafados y estafadas- que han
salido del armario. Que no esconden haber sido víctimas de un fraude masivo.
Que han construido conjuntamente una plataforma que les empodera ante los
silencios y complicidades institucionales.
Josefa y su hija se encuentran poco a poco más a gusto. Reconocen
a vecinos y vecinas que se acercan y les abrazan y besan. “¿A vosotras también?”, “¡Qué
poca vergüenza!”. Los estafados y estafadas se encuentran delante de la
oficina de la Caixa Laietana de La Riera y Josefa se decide a hablar. Un
voluntario de la plataforma le sostiene el megáfono:
Josefa: “Un día me llamaron por teléfono y me dijeron que había luz roja”.
Voluntario: “¿Y qué le explicaron?”
Josefa: “Nada”.
Voluntario: “¿Cómo les colaron las participaciones preferentes?”.
Josefa: “No sé”.
Eso es todo. Los ciudadanos y ciudadanas observan
incrédulos, hacen fotografías, graban con sus móviles y comentan la jugada de –ahora
sí- “la Lladretana”, que consideró a Josefa y a su hija patas para el riesgo
financiero.
Josefa: “Yoli se tiró una hora para firmar todos los papeles”.
Voluntario: “¿Una hora?”.
Josefa: “Sí.”
Yolanda escucha su nombre y se pone nerviosa. Sonríe pero
tiene ganas de llorar.
Voluntario: “Tranquila, Yolanda. No pasa nada”.
Su madre le tranquiliza y añade con fuerza, ante decenas de
personas y con el cartel azul y amarillo de la oficina de Caixa Laietana a sus
espaldas:
“Era
el dinero que tenía para ella”.
Por Diego Herrera Aragón
EstafaBanca Mataró